El rugby es un deporte que pone en valor la diversidad de las personas porque todas tienen cabida y cada una aporta algo diferente que enriquecen el juego y las relaciones sociales que se establecen. No lo hace desde la perspectiva de lo que una persona no puede hacer sino desde las distintas capacidades que cada una aporta al grupo. Por eso defiende el derecho a la igualdad de oportunidades, el principio de la no segregación. Sin restricciones de acceso a la gran familia del rugby (todos iguales, todos diferentes) porque todos tenemos algo que aportar. Este es el motor que ha impulsado al CRUC a crear su propio equipo de rugby inclusivo.
Desgraciadamente para las personas con diversidad funcional la reivindicación de la inclusión es una reivindicación cotidiana. Lo que es un derecho de todas las personas, para ellas es un camino lleno de obstáculos que a menudo se les niega en muchos ámbitos de su vida diaria.
No hay duda de que para las personas con discapacidad las cosas han cambiado. Y lo han hecho a mejor. Pero todavía queda mucho por hacer para conseguir su inclusión plena.
¿A DÓNDE VAMOS…? CAMINO DE LA INCLUSIÓN Por eso, hablar de inclusión (aplicado al rugby o a cualquier otro ámbito de la vida) es algo muy diferente.
La inclusión da un giro radical. Un cambio cuyo punto de partida lo podemos situar en hace apenas una decena de años, cuando se aprueba en 2006 la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de las Naciones Unidas, que entró en vigor el 3 de mayo de 2008.
Supone reconocer a las personas con discapacidad como personas de pleno derecho. La inclusión deja de ser una limosna, un “favor” o un acto de misericordia para convertirse en un derecho ante el que los estados y, por tanto la sociedad, tiene la obligación de asumirla.
Silvina Mosquera Genllot y Leonardo Bortheiry Schiafino